En estos días no nos ha quedado más caso que acceder a la información que nos llega desde los medios de comunicación mundiales de que hemos estado invadidos desde el medio ambiente y transmitido a través de personas portadoras del mismo, por un virus que nos amenaza en nuestro bienestar físico y la misma trae como corolario estados emocionales que van desde la ansiedad hasta el pánico, con lo cual también se pone en jaque nuestro bienestar emocional.
Al mismo tiempo ha sido señalado desde lo social y a través de sus medios de comunicación, dos cosas: 1) los riesgos de este virus, debido a su peligrosidad y 2) los modos de tratar de prevenir sus efectos nocivos. Si entendemos por salud el mayor estado de bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de alteraciones o enfermedades, nos daremos cuenta que no es un estado de estabilidad permanente en ninguna de estas tres áreas en las cuales se despliega la vida y la conducta de los seres humanos. Con esto quiero comenzar a proponer que pensemos que los seres humanos siempre hemos estado expuestos, inclusive, desde antes de nacer, a estar en contacto con situaciones que nos procuran un mayor bienestar y que en el nivel físico son los cuidados prenatales y amorosos de los padres que han deseado dar la bienvenida a este nuevo ser y acompañarlo de la mejor manera posible en su desarrollo. Desde el nivel emocional también se le proveerá del mejor ambiente afectivo posible para acompañarlo en la asimilación de las inevitables frustraciones que va a enfrentar, al igual que las gratificaciones generadoras de satisfacción y placer que mitigarán los malestares que generan dichas frustraciones y así insertarse en la vida social, cuyo primer representante es la pareja parental y la familia nuclear. Desde lo social aparecerán las regulaciones para buscar alcanzar tanto el bienestar propio como el compartido.
Cierta perspectiva plantea que el ser humano llega al mundo con su bagaje genético heredado de la especie a través de sus lazos de parentesco, sumándose a ello el desarrollo embrionarios, a lo que se agrega lo que lo constituye en el ser social, siendo los primeros años de vida la etapa en la cual se establecerán su constitución como sujeto de la cultura. Esa construcción de sujeto desde el OTRO de la cultura nos sujetará a las normas reguladoras de la conducta y en esta lo placentero permitido y prohibido. Pero también dentro de los seres humanos siempre va a existir la lucha entre un aspecto que busca placer sin tomar en cuenta la realidad y otro aspecto que se adscribe a funcionar dentro de las regulaciones de dicho placer.
El punto a reflexionar está en que cuando nos construyen como sujetos junto a la misma va implícito el mandato de desconocer la manera en la cual hemos sido construidos, es decir no seremos fundamentalmente conscientes de la misma, aunque puede quedar también un espacio que eventualmente podrá interrogar las formas, los modos y la pertinencia o no de dicha constitución como sujetos. También en el mandato está presente el reproducir dicho proceso en otros. Nos hacen, nos hacemos y hacemos. Existen aspectos que han sido construidos en nosotros tanto en lo físico como en lo mental, que conducen a un sufrimiento propio y ajeno, lo cual podría equipararse, mutatis mutandi, con una infestación de esos aspectos agresivos, frustrantes y no amorosos desde un OTRO que repite contra nosotros sus propias agresiones.
Es aquí donde lo comparamos con ese virus agresivo, potencialmente destructivo, que con su odio nos atacará porque no encontró en su desarrollo alguien que lo transformara en un virus preventivo, como sucede con las vacunas, las cuales corresponden, simbólicamente, a una transformación amorosa de los seres agresivos en otros que cuidan. Esta fluctuación o alternancia entre lo amoroso y lo agresivo está siempre presente tanto en lo biológico, como en lo mental y en lo social. También se da la fluctuación o alternancia entre la búsqueda de ese placer puro y el obtenible dentro de la realidad. En lo social podemos encontrar ofertas que proponen tanto un apartamiento de la realidad como el sumergirse en el placer sin límite de tiempo, pero también se hacen presente modos de regulación de dicho placer.
Se puede decir que esa búsqueda de ese apartamiento de la realidad, que busca el placer sin límites, es predominante en la mente y en la conducta de los niveles más primarios del funcionamiento de la mente de los niños, aspectos que también pueden permanecer sin conocerlo suficientemente, o totalmente, en la mente de algunos adultos, son los aspectos de niños que todos tenemos. Pero también desde la cultura y/o la sociedad, a través de diversos recursos, pueden hacernos ofertas a sumergirnos en ese mundo placentero, que cual virus, nos puede alejar de la realidad y exponernos a daños tanto físicos como mentales y causar también daños en lo social; como simple ejemplo veamos las adicciones de todo tipo, incluyendo la televisión y los celulares, tabletas y otros medios cibernéticos, los trastornos alimenticios, etc. Cuántas veces vemos en un restaurante a los niños desde muy pequeña edad subsumidos en sus artefactos electrónicos suministrados por los padres para que los dejen tranquilos a ellos y a la vez cada uno de ellos, cual niños, aislados unos de otros en su placentero chateo? Cuán importante sería tomar conciencia de estas conductas para rescatarnos de nuestros propios aspectos infantiles, buscadores de placer, para pensarlo y asumir conductas preventivas donde predomine lo amoroso hacia nosotros mismos y hacia otros y poder tolerar los límites dentro de la realidad en busca del mayor, o mejor, bienestar posible en lo físico, lo mental y lo socio-cultural.